La transición energética no solo implica cambiar la manera en que se produce y consume la energía, sino también replantear el papel de la ciudadanía en el modelo energético. En este contexto, las comunidades energéticas emergen como una solución clave para democratizar el acceso a la energía, fomentar la sostenibilidad y reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Su desarrollo puede ser relevante en entornos urbanos, donde la demanda energética es mayor y la posibilidad de generar energía limpia puede verse limitada por la disponibilidad de un espacio común muy saturado.
¿Qué son las comunidades energéticas?
Según el informe OREVE 2024, las comunidades energéticas son agrupaciones de ciudadanos, empresas o entidades públicas que colaboran en la generación, distribución y consumo de energía renovable a nivel local. Este modelo permite que los usuarios produzcan su propia electricidad, la compartan y optimicen su consumo, disminuyendo la dependencia de las grandes compañías energéticas y favoreciendo un sistema más descentralizado y sostenible. El objetivo es claro: un modelo energético más sostenible, democrático y cercano.
De esta manera, las comunidades energéticas, además de presentarse como una solución a la descarbonización del parque residencial en España, también empoderan a los ciudadanos en la transición energética, ya que les da la oportunidad de participar activamente en el proceso mediante sus propios proyectos. Asimismo, crece el sentimiento de comunidad y de pertenencia a una idea que nos une a todos los ciudadanos.
¿Cómo funciona una comunidad energética?
Aunque el marco legal pueda sonar complejo, la idea es sencilla: la ley reconoce el derecho de los ciudadanos a unirse para producir y consumir su propia energía. El Real Decreto 244/2019 allanó el camino al permitir el autoconsumo colectivo, donde varios consumidores se benefician de una misma instalación renovable cercana.
Tras diversas modificaciones normativas se ha establecido en 2.000 metros la distancia entre los miembros de la comunidad de la fuente de energía. Esto supone una mejora en entornos rurales o semirrurales, pero en entornos metropolitanos esta distancia se estima insuficiente. En este ámbito, sería importante poder hacer un excepción e incrementar la posibilidad de nutrir la comunidad con energía generada a mayor distancia.
Varias comunidades autónomas también han desarrollado sus propias normas y estrategias para fomentar las comunidades energéticas en sus territorios, como Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana, Navarra y Andalucía.
En las ciudades, las comunidades energéticas están encontrando su espacio en los tejados de edificios, polideportivos y mercados municipales. La energía solar fotovoltaica es la estrella, pero también hay espacio para la biomasa, la geotermia y la movilidad eléctrica compartida.
Tipos de comunidades energéticas y formas jurídicas
La normativa europea define dos tipos principales de comunidades energéticas:
Comunidad de Energías Renovables (CER): Se centra en el desarrollo de proyectos de energías renovables para proporcionar beneficios medioambientales, económicos y sociales a sus miembros y a la comunidad local.
Comunidad Ciudadana de Energía (CCE): Puede desarrollar cualquier actividad dentro del sector eléctrico, como generación, distribución, suministro, agregación, almacenamiento, servicios de eficiencia energética o servicios de recarga de vehículos eléctricos.
Las comunidades energéticas pueden adoptar diferentes formas jurídicas, como cooperativas, asociaciones sin ánimo de lucro o sociedades limitadas, siempre que cumplan con los principios de participación abierta, gobernanza democrática y control por parte de los socios.
Modelos viables en entornos urbanos y metropolitanos
En entornos urbanos, las comunidades energéticas suelen basarse en proyectos de autoconsumo colectivo de energía solar fotovoltaica, aprovechando los tejados de edificios y otras infraestructuras. También es viable combinar instalaciones en suelo industrial con consumidores residenciales, ubicando plantas fotovoltaicas comunitarias en las afueras de la ciudad y conectándolas virtualmente con hogares en la ciudad.
Además de la energía solar fotovoltaica, las comunidades energéticas urbanas pueden incorporar almacenamiento con baterías, servicios de recarga de vehículos eléctricos e iniciativas de distrito térmico con calderas de biomasa o geotermia compartidas.
Las comunidades energéticas están llamadas a ser protagonistas de la transición energética en España. Con el respaldo de las administraciones y la implicación activa de la ciudadanía, este modelo tiene el potencial de impulsar una transformación profunda de nuestro sistema energético, avanzando hacia un futuro más justo, sostenible y libre de pobreza energética.
Fuente: OREVE
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